Los Últimos Judios de Kabul

Todas las mañanas, Zablon Simintov, un hombre de 57 años, va caminando desde la sinagoga en cual vive hacia su tienda de alfombras en la calle Flower. Sus vecinos, ninguno demasiado amigo, lo conocen como “Zablon el Judío”, un hombre callado a cual saludan pero no conocen mucho. Simintov, un descendiente de una larga línea de rabinos, no es único por su forma de ser, su oficio, o la historia de su vida; es único porque es el único Judío que queda en Afganistán.

Afganistán ha tenido una comunidad Judía vibrante desde los años 1200s. Al principio del siglo XIX, la colectividad llegó a 40,000 miembros, cuando muchos Judíos Persas se mudaron a la zona para evitar convertirse al Islam. Pero cuando se estableció el Estado de Israel en 1948, la mayoría de la colectividad judía emigró ahí. Los pocos miembros que quedaron emigraron en 1979, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán, desencadenando en una serie de eventos tumultuosos en el país. Entre las personas que se emigraron a Israel estaba la familia de Simintov: su esposa y sus dos hijas que actualmente viven en Israel.

Si bien parece extraño que Simintov hubiera elegido quedarse en Kabul, la obligación moral de Zablon Simintov de cuidar la última sinagoga de Kabul tomo precedencia sobre sus deberes familiares. Hasta hace el año 2005, Simintov tenía otra razón por la cual quedarse en el país; asegurarse que Ishaq Levin, el otro único judío en el país y su enemigo mortal, no se quede con la sinagoga.

Además de su religión, lo único que los últimos dos Judíos en Afganistán tenían en común era su odio mutuo. En la época de los Talibán, cada uno estuvo preso y torturado por el gobierno; pero curiosamente no por su fe, sino porque cada uno de ellos delató al otro de ser espía.

Levin, 20 años mayor que su enemigo, inicialmente recibió cálidamente a Simintov cuando éste se mudó a Kabul desde la ciudad de Herat en 1998; los dos únicos judíos de Kabul convivieron juntos pacíficamente en la vieja sinagoga. Pero cuando Simintov le sugirió a Levin que se mude a Israel, preocupado porque en Kabul hacía demasiado frío para un hombre viejo, Levin interpretó que Simintov quería que el otro se fuera para quedarse con la sinagoga.

“Yo no hablo con él, es el diablo. Un perro es mejor que él,” dijo Simintov de Levin en una entrevista para el New York Times en 2001. “Es un ladrón y un mentiroso,” declaró Simintov, mientras miraba por la ventana al otro lado del patio central para asegurarse que Levin no lo escuchara; hasta que Levin se murió en el 2005, los dos vivían de lados opuestos de la vieja sinagoga, cada uno constantemente sospechoso del otro.

Para Levin, Simintov era un ladrón a quien acusó de robar la Torah y varias reliquias de la sinagoga apenas haberse mudado a Kabul; Simintov mantiene que sacó la Torah y las reliquias pero que el motivo era esconderlas de los Talibán, quienes las hubieran destruido. Levin también dijo que Simintov puso su familia en contra suya. “El [Simintov] le escribió una carta a mi esposa diciéndole que me convertí al Islam, ahora ella se quiere divorciar!”

Para Simintov y Levin, su polémica no era una pelea si no una guerra. “Si le pegué y lo tiré al piso aquí,” dijo Simintov, señalando al piso de su lado de la sinagoga. “Se metió a mi sinagoga y escuchaba mis conversaciones.” En la misma entrevista del Telegraph, Levin se quejó que Simintov le había pegado, pero su mayor preocupación era que su enemigo lo estuviera escuchando a escondidas.

En el centro de esta guerra abierta y permanente estaba el tema de quien era el dueño de la última Torah de la sinagoga, un pergamino de 500 años que supuestamente vale 1.3 millones de dólares. Sus persistentes acusaciones mutuas llevaron a que el gobierno Taliban confiscara la Torah y la pusieran en una fuerte en el Ministerio del Interior, donde se encuentra hasta el día de hoy. Pero la consecuencia más nefasta e inesperada de sus acusaciones mutuas fue que ambos terminaron presos por ocho días en la misma celda.

Desde la muerte de Levin en 2005, a Simintov se le ve contento. Vive una vida tranquila en Kabul donde vende alfombras y hasta hace poco tenía un restorán. Usa su Kippá solo cuando está solo y recibió permiso de un rabino en Uzbekistán para matar animales de acuerdo al rito Kasher. Cuando le preguntan sobre su experiencia como Judío durante la época de los Talibanes, el último judío en Kabul explica: “No tengo muchas quejas sobre los Talibanes, pero aún tengo muchas quejas sobre él [Levin]”.

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